Resulta paradójico que en pleno siglo XXI estemos asistiendo al renacer de un alimento ancestral como el Aceite de Coco que durante décadas ha estado condenado al ostracismo. A mediados del siglo pasado, por una serie de intereses comerciales y de informaciones erróneas, el Aceite de Coco fue relegado casi al olvido mientras surgían con fuerza productos tan dañinos para la salud como los aceites vegetales hidrogenados. Sin casi darnos cuenta, cambiamos el consumo de Aceite de Coco, un alimento milenario y saludable, por unos productos modificados artificialmente que dañan gravemente nuestra salud. Y lo peor del caso es que lo hicimos convencidos de que lo bueno era malo, y lo malo bueno. La industria de los aceites vegetales nos hizo creer que la grasa hidrogenada como la margarina era más saludable que la grasa saturada, como el Aceite de Coco. ¿Cuántas muertes habrá producido este sinsentido? Seguramente nunca lo sabremos con certeza.
Afortunadamente, con la explosión de las redes sociales y la disponibilidad de información para todo el mundo a través de Internet, el Aceite de Coco ha ido recuperando su reputación conforme los estudios clínicos han ido dando la razón a este maravilloso producto al tiempo que constataban que el consumo de grasas vegetales hidrogenadas es altamente perjudicial para el organismo. Por fin, la población puede comprender la diferencia entre grasa saturada y grasa hidrogenada. De una vez por todas, el consumidor dispone de suficientes argumentos e información como para tomar decisiones educadas en materia de consumo.
El paulatino aumento del consumo de Aceite de Coco en lo que llevamos de siglo demuestra que ni siquiera los intereses comerciales más diabólicos pueden ocultar para siempre la realidad a la población. El consumidor siempre encuentra una forma de descubrir la verdad y, una vez que lo hace, la abandera y defiende. Ahora, casi 70 años después de que los primeros ataques al Aceite de Coco comenzaran en Estados Unidos, por fin podemos librarnos de la información sesgada y tomar una decisión acertada en nuestro consumo de grasa. Ahora que los estudios aparecen día si, día también, podemos elegir consumir Aceite de Coco para fortalecer nuestra salud. Ahora que científicos, investigadores, médicos y todo tipo de personas apoyan abiertamente el consumo de Aceite de Coco, por fin podemos encontrarlo con cierta facilidad en comercios online e incluso en tiendas de barrio.
Sin embargo, el siglo XXI también se caracteriza por la picaresca de muchas personas que utilizan todo tipo de estratagemas para confundir al consumidor. Así, hay quien pretende vender aceite de palma como si fuese Aceite de Coco, o convencernos que el Aceite de Coco «Puro» es lo mismo que el Aceite de Coco «Virgen», cuando esto no es cierto. A la hora de escoger un Aceite de Coco, lo primero que debemos asegurarnos es que es Aceite de Coco Virgen. Esto nos garantizará que no está mezclado con otras sustancias, que no se han utilizado químicos en su proceso y producción, y que, en definitiva, sus magníficas propiedades nos llegan intactas.
El Aceite de Coco Virgen se produce por presión en frío de la pulpa del coco y esta es la única forma de garantizar que las estupendas propiedades del Aceite de Coco nos llegan intactas hasta nuestra cocina… o hasta nuestro aseo. En efecto, son tantas las personas que consumen Aceite de Coco en el marco de una dieta sana como aquellas que usan Aceite de Coco para cuidar su piel o su pelo. Lo cierto es que ahora sabemos que los triglicéridos de cadena media que contiene el Aceite de Coco Virgen son tan beneficiosos por dentro como por fuera y esta es una prueba más de que la información es imparable en este siglo.
Si hace unas décadas nos decían que las grasas saturadas eran perjudiciales para el organismo, hoy sabemos gracias a los estudios científicos que los triglicéridos de cadena media -que son grasas saturadas- son altamente beneficiosos para el organismo y tienen efectos positivos directos en todo tipo de dolencias, desde el hipertiroidismo hasta un simple catarro, pasando por la pérdida de peso, las enfermedades degenerativas o incluso las infecciones bacterianas y víricas. En ocasiones, las cosas no son lo que parecen y en el caso de las distintas grasas que tenemos a nuestra disposición, esto es especialmente cierto.